El peor de los pecados administrativos
“El que tenga ojos para ver, que vea”
Hablar de cuestiones morales no es nuestro fuerte. Sin embargo, cuando un asunto se pone tan de moda como lo está la soberbia, no podemos más que prestarle la debida atención.
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Al afecto del alma conocido como soberbia lo definió un filósofo llamado Spinoza, del modo siguiente: “La soberbia es una alegría que brota de que el hombre se estima en más de lo justo” (Etica). Es decir, en lenguaje pachuco, “el soberbio se cree Doña Toda y Don Completo”.
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Pero también, dice Espinosa: es soberbio “el que estima a los demás en menos de lo justo”. Traducido al lenguaje maicero: el soberbio cree que los demás son chanchos y que él es una perla cultivada (y ya se sabe que a los chanchos no vale la pena ofrecerles perlas y menos cultivadas).
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No estaríamos hablando de soberbios o soberbias, si ese pecado tan feo se hubiera quedado, quietecito, dentro de la esfera privada. ¡Allá Narciso con sus repugnancias! Pero cuando la soberbia se convierte en una especie de estilo administrativo; en algo así, al decir de los gringos, como en Arrogance Management Modality (Modalidad de Administración Soberbia; M.A.S., por sus siglas en español); pues, la cosa pasa a ser un vicio público.
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Algunos jerarcas proceden como si se hubieran propuesto conducir a las Instituciones “a pesar” de su personal. Ese personal es visto como una especie de “mal necesario”. Por eso, en cuanto les es posible, lo sustituyen con su personal de confianza, con un consultor o con algún personero de sus Fundaciones amigas. “Si quieres que algo salga bien, contrata a un consultor”: esa parece ser la lógica de esos jerarcas (aunque los consultores no hagan más que “consultar” a los expertos de la institución, para luego presentar sus “originales” estudios).
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La diferencia entre la presente administración y las anteriores, como me dijo una compañera, es que está administración se involucra mucho más que las otras. Pero, ese involucrarse se expresa, no como un mayor liderazgo, sino como una intervención política en la esfera de las competencias técnicas: el equilibrio que debe existir entre la racionalidad política y la racionalidad técnica (personalizada respectivamente por los jerarcas y los funcionarios de carrera), se está rompiendo, para dar paso a la politización de las decisiones y actos administrativos. Pero esto, que es realmente lo esencial, sobrepasa el tema del M.A.S., que es el que nos ocupa ahora.
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“El soberbio ama la presencia de los parásitos o de los aduladores” (Etica, IV Parte, Proposición LVII,): ¡Sin comentarios!
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Tal vez si viviéramos en una monarquía, la palabra del monarca sería ley, aunque fuera un desatino. Pero aquellas épocas caducaron hace tiempo: la ciencia (o la técnica) y la ley son las que deben prevalecer…; por más que una autoridad diga que la Tierra es plana o crea que la luna es de queso.
La soberbia, como ya se empieza a vislumbrar y se verá con toda claridad luego, es mala consejera.
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