miércoles, 11 de enero de 2012

Reflexiones frente a “los Toros”

ó de sí realmente existe o no el libre albedrío

Franco Benavides

Diciembre sin “toros” es como una Navidad sintamales.  Calenté unos tamales y me sentéfrente el Tele.  Por alguna razón a losticos nos atraen las corridas de toros, pero no a la usanza española, sino anuestro modo.   Las corridas españolastienen algo de tragedia clásica, son serias: el ser humano desafía a la naturaleza y la subyuga a punta de espada (Hayque ser claro: no se trata de una batalla de tú a tú entre el hombre y labestia;  el hombrecito tiene de su lado atodo un equipo, incluyendo la complicidad ingenua de los caballos, que trabajanesmerada y mancomunadamente para poner al pobre animal a su entera disposicióny, casi sin peligro, a merced de sus coquetos desplantes y su valeroso estoque final).
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Nuestra corrida en cambio, sin dejar de tener algode tragedia (como ya veremos), es más una comedia; la música de cimarrona y loshumoristas que más que narrar hacen chistes bajo su pretexto, encajan perfectamentecon ella.   Nuestra corrida más que undesafió a la naturaleza, es una burla de la misma.  Pero, y ahí está su esencia, en realidad lanaturaleza, por intermedio del toro, nos sirve como instrumento para burlarnosde nosotros mismos (por supuesto para la mayoría, para el público, en lapersona del prójimo improvisado).
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Por supuesto, ninguna de las dos versiones, ni laespañola ni la tica, es civilizada (si la civilización significara aquídesprecio a la violencia gratuita; lo cual parece ir en contra de la historiade las grandes civilizaciones).   
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Nosotros creemos que la corrida nuestra es máscivilizada, porque, pensamos, es más equitativa:  aunque la bestia (nos referimos al toro) essuperada en número por los toreros, éstos son improvisados; es decir, no forman un equipo organizado frente alanimal, y eso, sumado a la fuerza descomunal del toro, pone a los contrincantescasi en igualdad de condiciones:  fuerzaversus cantidad. 
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Por otra parte, en lanuestra no se mata al toro; tan solo se lo aterroriza y maltrata durante unrato, luego del cual se le lleva de nuevo a su verde potrero para que olvide, aunquerumeándolas, sus traumas.  En la nuestracorre más peligro el toreroimprovisado, que a fin de cuentas es el que sabe lo que está haciendo y porqué. 
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Y es que creemos, para apaciguar los eventualesremordimientos que nos debería provocar el goce de un espectáculo que muchas vecesdeja lesiones y hasta muerte -aunque sea de personas improvisadas-, que éstassaben exactamente lo que hacen.  Esdecir, aplicamos para los torerosimprovisados el  principio del librealbedrío. El toro, es otra cosa.  Por élsufrimos lo indecible porque es una criatura inocente, sin voluntad.  En cambio a “esos” nadie los manda entrar ala plaza; ellos mismos se llevan de la mano de su estupidez.  
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La tesis del libre albedrío, sin duda, nos salvade acusarnos a nosotros mismos de crueldad contra la humanidad y en cambio, sinser incoherentes, podemos juzgar a los que gustan de las corridas españolascomo a salvajes y sádicos.
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Y no es para agüevarnos, pero la verdad es queeso del libre albedrío no es como muy cierto. Si la distribución natural o divina del equipo genético personal fuera equitativo – y que no lo es lo demuestranlas obvias diferencias de inteligencia entre uno y otro ser humano, racionaleso emocionales o de cualquier tipo que se quiera-, bastarían las desigualescondiciones sociales en que se desarrolla o subdesarrolla cada persona, paraentender que eso de que cada una “labrasu porvenir” es un tanto fantasioso. Con sólo imaginar a niños nacidos en la miseria ya podemos adivinar quea los 30 o 40 años serán padres (no muy felices) de otros niños igualmentemiserables. 
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 Pero lafantasía del libre albedrío no es un patrimonio nacional.  Se ha extendido como creencia popular por casitodo occidente desde hace siglos y ha sido objeto de reflexión.  Un filósofo dice lo siguiente sobre este mito:  “Loshombres se imaginan ser libres porque son conscientes de sus voliciones ydeseos, mientras que ignoran las causas que los determinan a querer y desear”(Espinoza; La Etica).
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Por mi parte no voy a ocultar que siento ciertogozo al atisbar el eventual dolor ajeno (la cornada posible); pero me consuelasaber que en realidad no es porque yo sea malo: “Realmente, mi proceder no locomprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco” (Romanos7:15).
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Moraleja:  En todo caso, por debilidad o por simplemaldad, este año, para Navidad, no dejaré de ver los “toros” (si la muerte, queno atiende al libre albedrío ajeno, no me visita). 

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